acerca de LOS abuelOS
Mirta
videla
Los adultos mayores
El refrán popular de “viejos son los
trapos”, es con lo que suelen responder las personas mayores tratadas como
tales. La cultura imperante en este siglo y la mitad del siglo pasado, colaboró
en describir a la gente de edad como seres torpes, inferiores, indefensos,
incapaces de creatividad o entusiasmo y absolutamente carentes de pasiones. Si
el lenguaje dice de nuestros valores y sus significantes, el mejor ejemplo de
ello es el diccionario Salvat, que considera como sinónimos a “vejez,
ancianidad, senectud, senilidad, decrepitud, longevidad, caducidad, chochez,
vetustez, ocaso y decadencia”. Todo esto responde a una sociedad donde el valor más preciado es la juventud,
identificada con fuerza, potencia ilimitada, eficacia e inmediatez.
Aunque existen intentos de propuestas
diferentes, aun es bajo el volumen necesario para levantar voces que recuerden
que el transcurso de los años también conlleva mayor paz y serenidad,
tolerancia, ternura, sabiduría, crecimiento interior, enormes posibilidades de amores
no posesivos, capacidad reflexiva hacia sí mismo y los demás, desapego
material, simplicidad voluntaria en el estilo de vivir, profundidad,
creatividad y mucha paciencia.
Desde la perspectiva social actual los
mayores están excluidos de la dinámica familiar cotidiana, como también
despojados de protecciones adecuadas en salud pública, castigados en los
sistemas privados con aumentos arbitrarios de sus aportes por la edad, de
jubilaciones y pensiones humillantes, marginados de los espacios sociales,
descalificados en su saber natural, con lo cual es natural que se retraigan y
se enfermen más, y se desapeguen de la vida prematuramente.
Es común que esto los arroje hacia los más
oscuros laberintos de la miseria humana, la que no queremos reconocer cuando
nos muestran las imágenes de los geriátricos o las escenas del deterioro mental
de los psiquiátricos para ancianos. Es muy difícil pelear y ganar la batalla
contra el “arrinconamiento” emocional con que castigamos a nuestros mayores.
Pero es necesario, para seguir viviendo con dignidad, que dejen de sentirse
socialmente desvalorizados y físicamente inservibles.
Es bueno que hablemos sinceramente acerca de
la realidad y el mito del deterioro de las personas de edad avanzada, los
reales o potenciales abuelos. Los estudios vinculadas al deterioro de
capacidades intelectuales en la senectud no son acertadas ni bien
fundamentadas. Se acepta que hay un mantenimiento de todas las funciones
intelectuales y afectivas hasta los 60 años, pequeñas disminuciones desde los
75 años y algunas pérdidas a partir de los 80 años. Aunque algunas “averías” se
producen, las causas determinantes y las predisponentes son muy variadas y
absolutamente subjetivas. Se envejece como se ha vivido y eso es diferente en
cada persona, resultado de cada historia,
cada biografía particular. Llegamos al final el camino según como lo
hemos transitado.
Para las personas que tuvieron una vida
intelectual activa, es doloroso advertir que se acostumbra a valorar solo la
inteligencia en los mayores y en muy pocas ocasiones se destaca el valor de la
experiencia y la acumulación de conocimientos, que se denomina saber y les
otorga la ineludible categoría de sabios. La capacidad intelectual se
correlaciona con las relaciones sociales y con los afectos, resultando con
frecuencia nada fácil valorarlo, porque por lo general “lo esencial es
invisible a los ojos”.
Las personas mayores necesitan aprender a
vivir con la realidad de lo que poseen, renunciando al afán joven de buscar
cada día poseer algo más. Posiblemente nunca mejor momento como para sumarse al
movimiento denominado como “simplicidad voluntaria”, que propone y promueve
vivir con el menor consumo y la mayor paz y placer posible, sólo que por una
razón evolutiva estos son tiempos en realidad de “austeridad necesaria”, sobre
todo en nuestro país.
Dicen que los mayores son el tiempo que les
queda por vivir. Pero cuando pasan los sesenta, es muy difícil vencer la
epidemia de bulimia emocional que les ataca. La conciencia del tiempo que se
acaba, por momentos desencadena brotes de melancolía, de oscuros pensamientos
con los que abruman a los demás, especialmente a los hijos y nietos .Se hace
necesario rescatarlos y volver a sacarle lustre a los tiempos hermosos vividos
y también sacarle viruta a la ruta por la que aún transitan pudiendo vivir
otros semejantes.
La gente mayor suele encerrase en “su casa”,
con sus objetos que representan cada momento del tiempo pasado y ya vivido.
Otros siempre encuentran algo para hacer dentro de las cuatro paredes, en este
refugio que los mantiene como en proyecto permanente. Las mujeres suelen
comentar entre ellas “siempre hay algo para arreglar en la casa”. Hay un proverbio
turco que afirma “en la casa terminada
es donde se deja entrar
a la muerte”.