Diario Página 12
Suplemento Las 12
Viernes, 18 de noviembre de 2011
Debates/ Entrevista a Julia Kristeva
LA TRAVESIA AMOROSA
Julia Kristeva se define como escritora. Así se presenta aunque sus credenciales la nombren como lingüista, psicoanalista, feminista. No reniega de su formación ni de su posición política, sino que ha encontrado en la experiencia narrativa una clínica y en la lengua materna, ya no sólo como relato de origen sino como transmisión de afecto y de confianza, una ética. En su primera visita a Buenos Aires, habló con Las 12 sobre la travesía amorosa de la maternidad, a la que le falta, dice, una “filosofía laica”. Pero esta recuperación de la maternidad sólo puede darse una vez que las mujeres tengan la potestad sobre su cuerpo y por eso, antes de entrar en tema, es enfática: “Lo primero es ser solidaria con quienes reclaman el derecho al aborto”.
Por Veronica Gago
De tanto fascinarle la China, algo en sus ojos parecen haber tomado su forma. De la visita que realizó a aquel país en 1974, como miembro del mítico grupo literario parisiense Tel Quel (que reunía varias estrellas teóricas del momento), la lingüista y psicoanalista Julia Kristeva ha escrito mucho y, aún hoy, la resistencia de las mujeres chinas despierta su admiración. Dos de ellas fueron distinguidas con el premio Simone de Beauvoir para la libertad de las mujeres que Kristeva, como feminista reconocida, preside. En esa ocasión escribió en el periódico Le Monde: La historia antigua y la reciente parecen haber preparado la vitalidad combativa de esa “mitad del cielo” que es el “segundo sexo” en China. En la actualidad, son cada vez más las mujeres que no se conforman con participar del auge del gigante emergente ni con protestar por ser marginadas. Ellas ya no se dejan intimidar y son cada vez más las que defienden e impulsan los derechos femeninos. La cuestión es que China es un lugar y una metáfora proliferante y recurrente en los textos de Kristeva y también en sus preocupaciones políticas.
Por primera vez en Buenos Aires, en la conferencia que dio en el Programa Lectura Mundi de la Universidad de San Martín (auspiciado por la Secretaría de Cultura de Presidencia de la Nación, la Biblioteca Nacional y la Universidad Diderot-Paris 7), habló de la China a partir de la riqueza de su lengua tonal: se trata, dijo, de un idioma que conserva los tonos (alto, bajo, en descenso y en ascenso) como distinciones fundamentales en el habla cotidiana. “Como si esa lengua tuviese una capacidad de relación sensible con las palabras.” En la mayoría de las lenguas, en cambio, esos tonos sólo están en el habla de los bebés, en los primeros años, pero luego son aplanados, regularizados. La lengua china permite escuchar la “intensa profundidad de las palabras”, dijo Kristeva. Y esa intensidad es su “coraza semiótica”, la que resguarda la experiencia inicial de la lengua materna como grado cero del lenguaje, como travesía amorosa.
La China, como nombre capaz de atesorar la infancia en una lengua vibrátil, se vuelve imagen dilecta, metáfora preciosa, para el psicoanálisis. Que sería para Kristeva casi un ardid para dar la palabra, para hacer literatura. O una práctica de transvaloración de la religión y sus propuestas de consuelo, en una clínica que se convierte en experiencia narrativa. Será por eso que cuando se presenta rehúsa encuadrarse en las capillas del psicoanálisis y pronuncia la palabra “écrivain” (escritora) con tanta seguridad que se le afilan los pómulos y se le agrandan los ojos (bañándola de un aire lispectoriano).
La China, casi como madre de las filosofías, es también espacio generoso para pensar lo materno. Dirá Kristeva: “La civilización china –en el taoísmo– define lo materno como el movimiento mismo, la corriente, la ‘vía’, ella también ‘sin nombre’, anterior a todas las entidades y a todas las relaciones, un ‘proceso de emergencia’ en el seno del cuerpo propio”. La caligrafía china, sus sabrosos ideogramas, son un intento de infiltrar, dice Kristeva, el erotismo materno “en el tejido cultural”.
PASION MATERNAL
Si en la melodía de la lengua tiembla la infancia y en ella se cifran las palabras “ondulantes”, cargadas de afecto, la lengua materna es mucho más que un relato de origen. Kristeva, búlgara de nacimiento, fue enviada por su madre desde pequeña a un jardín de infantes francés. Cuando llegó a París, a los 18 años, se sintió morir en el búlgaro para escribir y teorizar en francés. Sin embargo, la experiencia materna le permitió confrontar simbólicamente y teorizar el pasaje de una lengua a otra: “La maternidad es un renacer permanente porque nos ubica en el lugar de acompañar la fragilidad de lo humano”, señala. En este punto, la maternidad es un espacio filosófico privilegiado, sólo que hoy, dice Kristeva, “le falta una filosofía”: “Somos la única civilización, como laicos, que no la piensa filosóficamente”. Por eso, la “pasión maternal” es un desafío para los feminismos.
Al respecto acaba de escribir el guión de un film de 11 minutos y medio, realizado por G. K. Galabov, que fue su presentación en el Congreso de Psicoanalistas de la lengua francesa, en París, en junio pasado. El film se llama Reliance. O del erotismo materno (puede verse en www.kristeva.fr) y en él pasan imágenes de parto, de ecografías, de la propia Kristeva con su hijo, de representaciones pictóricas religiosas cristianas y antiguas, caligrafías chinas, la Sara de la tradición judía, y otra sucesión de dibujos y fotos y videos mientras Kristeva lee su texto. “Reliance”, como explica la autora en esta entrevista con Las 12, refiere al lazo de confianza, de entrega y devolución, que sustenta el vínculo materno y que funda una ética herética: “Si una ética no consiste en evitar la embarazosa e inevitable problemática de la ley, sino en darle cuerpos, lenguaje y goce, entonces esa ética es una herética”.
¿Qué significa esta preocupación por la maternidad?
–El feminismo de la época de Simone de Beauvoir fue una gran conquista, aun si no se realizó completamente, e intentó liberar a las mujeres de la esclavitud de la maternidad. Sabemos bien lo que esto quiere decir porque existe un combate en América latina, y en Argentina en particular, en nuestros días: me refiero a la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo, de tener derechos sobre el vientre, es decir, el derecho al aborto. Sin esa libertad, todos los otros derechos de igualdad económica, social, jurídica y política no son posibles. Entonces, cuando decimos que estamos a favor de rehabilitar la maternidad, esto no quiere decir que no haga falta luchar por el aborto. Una vez que el derecho al aborto está logrado, las mujeres eligen tener o no tener hijos. Lo primero que quiero decir entonces es que soy solidaria con las feministas argentinas que luchan por conquistar el derecho al aborto. A partir de ahí, muchas feministas han sentido la necesidad de desarrollar cada vez más la experiencia de la maternidad.
¿De que manera?
–Tanto en Francia como en Estados Unidos, de manera no siempre satisfactoria, se desarrollan teorías nuevas sobre la maternidad. Yo lo que trato de pensar es la experiencia misma de la maternidad, lo que concierne a la pasión maternal. Creo que se trata de una experiencia compleja, donde hay mucha violencia. En primer lugar, una expulsión de una parte de una y la intrusión de la vida de un nuevo ser al que hay que dedicarse. Muchas mujeres frente a esa experiencia cotidiana se sienten muy deprimidas y acompañan la maternidad con mucha agresión hacia el niño y hacia ellas mismas. También suele darse una posesión sobre el niño, proyectándole ambiciones que anteriormente tenían sobre ellas mismas. Es importante subrayar el costado pasional-destructivo de la maternidad para poder desarrollar el rol civilizatorio de la maternidad.
¿Cómo lo entiende?
–Consiste desde ya en transmitir el lenguaje, pero también en crear el vínculo social como vínculo amoroso, que es el vínculo primero de la madre con el niño. Cuando podemos atravesar esta violencia primera, el de madre-hijo es el vínculo amoroso por excelencia, que es mucho más claro y puro que la relación entre hombre y mujer. Nosotros, los de la secularización laica, somos la única civilización que no tiene un discurso sobre esta experiencia de la maternidad. Creemos saber lo que es la madre judía, creemos saber lo que es la madre cristiana representada en la Virgen María, lo cual no significa que lo sepamos, pero no hay código moral ni reglas de comportamiento para la madre laica. Y en la medida que la mujer está sola, porque la pareja no está o tiene menos tiempo o es madre soltera, es absolutamente necesario que en el mundo moderno se desarrolle un acompañamiento para las madres.
¿Qué sería una filosofía de la maternidad?
–En el último coloquio que realizamos para las y los psicoanalistas de lengua francesa, intenté desarrollar el lazo madre-hijo a partir de la noción de reliance, “religar” en francés, que es también el término inglés reliance, que implica la confianza, esperar una ayuda y retornarla. Es una ética que no es exactamente la del vínculo religioso –que viene del término religare– que es un vínculo con el padre, ligado a la ley, a la obligación, al pacto social. El sustrato más arcaico, afectivo, del vínculo se puede comprender concretamente a partir de la relación de la madre con el niño. Muchas mujeres, sobre todo jóvenes, que les falta ese apoyo se vuelcan a buscarlo en la religión.
Además, usted habla de la necesidad de espacios de maternidad simbólica...
–El momento actual de superpoblación mundial va a poner en marcha en algún momento una política de regulación de los nacimientos, lo cual afectará sobre todo a la población femenina, porque se buscará restringir su potencia generatriz. Es muy importante preservar la experiencia simbólica maternal, reconduciendo esa capacidad de confianza, de educación, de lenguaje, de acompañamiento femenino a otros espacios. Esto es lo que llamo maternidad simbólica. Es un doble movimiento: ayudar a las madres, sobre todo las madres de los barrios y a las más jóvenes, y por otro, desarrollar espacios de solidaridad y cuidados que den lugar a la maternidad simbólica.
LA REVUELTA
“Mi convicción profunda es que lo femenino y lo maternal tiene toda su originalidad por fuera del poder”, ha declarado. Será por eso que “revuelta” es una de las palabras clave del multiverso kristeviano. A ella le ha dedicado buena parte de su pensamiento, para hacerla transitar entre “el microcosmos de lo íntimo” y “la plaza pública”. Entusiasta con el movimiento estudiantil chileno, dice haber visto entre los jóvenes –además de sus libros– una curiosidad política en ebullición. Y es que puede decirse que a Kristeva le interesan esos “estados de gracia” que pueden producirse en la política, en el análisis, o en el espacio de goce que abre la literatura. De lo que se trata es de ir en busca del tiempo perdido y esa investigación proustiana, dice, es simultáneamente “búsqueda de la infancia y de la dimensión sensual del presente”. Son esos estados de deleite los que batallan contra lo que llama “las enfermedades del alma” actuales.
Kristeva estuvo hace unos meses con el papa Benedicto XVI. Fue una de las cuatro no creyentes invitadas a hablar en la ciudad de Asís, en la basílica de Santa María de los Angeles. Se ríe de que el diario francés Libération festejó que haya hablado de Freud y del Marqués de Sade frente a la máxima autoridad del cristianismo. En todo caso, la preocupación de Kristeva es por la “constante antropológica pre-religiosa”, que consiste en esa “increíble necesidad de creer” y, sobre todo, en cómo volverla deseo de conocer.
LO FEMENINO Y LO SAGRADO
En un bello libro de intercambio epistolar y de teorización conversacional con la filósofa y feminista francesa Catherine Clément, Kristeva dice sentir haber acertado una intuición: “que existen otras lógicas, si no más profundas, al menos heterogéneas a la superficie política y policial de la comunicación racional y racionalista”. Se trata de “lógicas del inconsciente, ritmos y polifonías de la música subyacente a la palabra y a la palabrería: un infrasentido, al igual que hay infrasonidos”. Es esa otra comunicación, porosa, la que abre una vía a lo sagrado como experiencia femenina, atea sin dejar de ser creyente, capaz de alojar memorias que invaden y que producen psicosis o éxtasis, “según la época, la suerte y las pocas posibilidades de las que disponen los humanos para crear”.
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